La Muelona
Antes de convertirse en endriago, la Muelona fue una mujer esbelta que animaba pendencias y garitos. Sabía leer la suerte, gozaba con las peleas de los gallos y sobre todo enloquecía a los hombres con su voz nocturna y la risa salvaje que alumbraba la noche.
Ahora, celestina de los bosques, vaga por entre los ríos, acecha sigilosa por entre los pantanos, las encrucijadas y los árboles de tronco podrido. Bella como antes del hechizo, con la risa fastuosa y la voz de contralto, atrae de nuevo a los hombres. Antropófaga de los charcos, en noches sin estrellas, en crepúsculos estremecidos por la lluvia, los llama con insinuaciones de abismo. Entre los susurros y las adormideras, allí los devora con los dientes de bestia y la mandíbula feroz.
Cómplice de la mandrágora, seductora del Valle de los Helechos, nadie conoce mejor que la Muelona los secretos de la lujuria, los lazos de su risa maléfica y los precipicios. Por eso, sonríe malvada entre los cactus. Sabe que la atracción es irresistible. Que de nada valen conjuros y talismanes ante la tentación de su presencia en medio de la tarde.
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